
El practicante de Tai-chi encuentra paz porque trabaja en
la calma, en la quietud: sin apuros ni prisas.
Desarrolla constancia y desapego, porque no persigue un
fin, no busca el fruto de la acción, y en esta meditación
en movimiento el practicante llega a unir sus energias a las del universo,
encontrando en ello una renovación del cuerpo, mente y espíritu. En la práctica
diaria de los mismos movimientos consigue además el maravilloso secreto de
sentir novedad en la repetición, lo desconocido en lo conocido, lo eterno en lo
efímero.

Cuanto más avanzamos en la edad, más sedentarias se
convierten nuestras vidas. El Tai-chi es una gimnasia que por sus múltiples
cualidades bien puede llenar el vacio que dejan los ejercicios y deportes
realizados en la juventud y proporcionarnos tesoros de paz y salud a lo largo
de toda una vida.
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